
Hace unos meses, mientras buscábamos casa en Galicia, fuimos a un “polo de emprendemento” para que nos asesoren con el proyecto que teníamos en mente. Cuando el tipo se enteró de lo que hacía y mi nombre “flipó”. “¿Una terapeuta que se llama Clara Esperanza? Tu nombre ES marketing.
Me llamo Chiara porque es la versión italiana del nombre de mi mamá: Clare, que a su vez es la versión irlandesa de “Clara”, segundo nombre de mi hermana mayor, Alexia.
Soy la primera Chiara registrada en Argentina. Cuando nací, el 21 de febrero de 1989, había una lista de nombres permitidos en Argentina, y Chiara no estaba en ella, así que mientras mis padres hacían la burocracia necesaria para ponerme el nombre elegido, apareció “Caterina” como segunda opción, que dicho sea de paso, es el segundo nombre de mi madre: Catherine.
Escribieron una carta a las autoridades explicando que yo era la primera mujer Speranza en muchas generaciones, cosa que es cierta, y que la última se había llamado Chiara también, cosa que no es cierta.
Finalmente, después de dos meses pudieron inscribirme con el nombre elegido y desde entonces he tenido que explicar una y otra vez que se escribe con “CH” pero que se pronuncia como si fuera una “K”.
Chiara además fue una santa católica muy cercana a San Francisco de Asís. Y como mi cumpleaños siempre cayó antes de empezar las clases, mi madre decidió festejarlo no unas semanas más tarde, si no casi 6 meses más tarde, el 11 de agosto, el día de mi santa. Por lo cual, por muchos años tuve dos cumpleaños y muchas preguntas.
Según google, el nombre Chiara es de origen italiano y significa “clara”, “brillante” o “luminosa”, derivado del latín “clarus”. Está asociado con Santa Clara de Asís y evoca cualidades como la luz, la pureza, la distinción y la inteligencia.
Según mi padre, lo eligieron por lo que significan mi nombre y mi apellido juntos: clara esperanza. Es un “concepto positivo”. “Lástima que sufrís depresión”. Algo dicho por mi padre y por ningún otro profesional.
Mi madre confirmó lo del significado positivo, solo que usó el adjetivo “lindo” y que a mi padre le gustaba la idea de ponerme el mismo nombre que mi mamá en italiano. Además me recordó que en realidad ella esperaba un varón que se iba a llamar Marco. “Fue el obstetra que te puso Chiara”, me dijo cuando la llamé para consultarle. Decidieron no saber mi sexo hasta que naciera, por lo cual, fue Nicolas Pinto Rueda quien primero pronunció mi nombre. “Es Chiara”, proclamó, a lo cual mi madre le contestó: “No, Marco”. “No, Chiara” volvió a decir Pinto Rueda. “No, Marco”, “No, Chiara”, “No, Marco”. Rompió en llanto cuando finalmente entendió que había tenido una mujer. No solo por el deseo de tener un varón, si no porque temía que yo fuera tan sensible como ella y sufriera. Touché, mamma! Pasada la primera conmoción, y luego de revisarme y limpiarme, la enfermera me entregó a mi madre al ritmo de “acá está Esperancita”. Se imaginarán el espanto.
Años más tarde, viajando en un avión rumbo a Londres a mis tiernos 17 años, me imaginaría una personalidad nueva, donde me llamaba Francesca Zerboni (el apellido de mi abuela paterna). Era huérfana y había crecido con mi abuela y era muy feliz viajando y escribiendo por el mundo. Todo esa construcción se derrumbó cuando al llegar a migraciones me di cuenta que no tenía mi pasaporte. Por suerte, los agentes de seguridad tuvieron piedad de esa adolescente y me permitieron ir a buscarlo al avión. Ahí estaba, tirado en el piso debajo del asiento donde me había imaginado todo. Decidí quedarme con el pseudónimo solo para mi blog y quien sabe, algún futuro personaje de ficción.